Miguel Ángel Castellini, un personaje singular
En un nuevo capítulo de "Ring Side", en la pluma de Jorge Cappanera, repasamos la historia del último representante de la generación de grandes campeones de la Argentina, pero que su reinado se vio opacado por las figuras más mediáticas de Carlos Monzón y Víctor Galíndez.
Por Jorge Cappanera | LVSJ
Alguna vez Carlos Monzón (tipo de no regalar nunca un
elogio) contó en el bar lindante con el Luna Park, al ver pasar a Miguel Ángel
Castellini: "Este loco sí que pega en serio. Hicimos guantes un par de
veces y me hizo sentir las manos... Me tuve que poner serio." Suficiente reconocimiento
para definir a este pampeano fibroso, de cabello escaso, entre conflictuado y
diferente para explicar el boxeo y la vida, nacido en Santa Rosa, el 26 de
enero de 1947. A partir de su poderosa pegada fue ascendiendo en su carrera
como mediano juniors, hasta llegar al título argentino con una victoria ante Héctor
Palleres a fines de 1972. Desde entonces Tito Lectoure le programó peleas en el
exterior para prepararle el gran salto.
Al cabo, Castellini conquistó la corona del mundo de la categoría con un esforzado triunfo ante el español José Durán en Madrid, el 8 de octubre de 1976. Pero le duró poco el reinado. El 5 de marzo del año siguiente viajó a Managua, Nicaragua, para exponerlo por primera vez ante Eddie Gazo, un ignoto cabo de la Guardia Nacional, rudimentario boxeador. Lo vimos en un entrenamiento y le contamos sus defectos al pampeano. "Esos son los más difíciles, porque no sabes con qué va a salir...", nos confundió. Fue un aviso. A los dos días , sentado sobre un escritorio de una oficina del estadio Nacional que servía de vestuario, ya vendado y con la bata puesta, dos horas antes de la pelea, volvió a sorprendernos: "A vos te parece que yo me tengo que cagar a trompadas con este tipo a quien ni siquiera conozco..." "Sos el campeón del mundo, Miguel, y vas a exponer tu título por muchos miles de dólares, y si ganas ya está acordada una pelea con el japonés Wajima por 60 mil más. Esos planteos existenciales déjalos para después".
Eddie Gazo confirmó su mediocridad sobre el ring en un ambiente de gran tensión. Algunos de los espectadores, de la Guardia Nacional de Anastasio Somoza, de civil, disparaban al aire con sus armas reglamentarias, para celebrar algún golpe de su compatriota. Castellini apareció atado, sin decisión, sin variantes. Y perdió, al cabo, una pelea imposible. Los periodistas terminamos abajo del ring cuando los balazos del festejo por la victoria de Gazo se hicieron atronadores.
Ese mismo año perdió por nocaut con Ayub Kalule. Su carrera parecía concluida con más pena que gloria. Pero Miguel sabía que tenía una deuda con su propio orgullo, más allá de que se sintiera o no boxeador. Un prepotente Alfredo Cabral lo derrotó y se burló de él en junio de 1979. Pero se jugó el alma Castellini en aquella pelea desigual. Y, al fin, tuvo la revancha que ansiaba. El 20 de setiembre de 1980, con 33 años, volvió a verse con Eddie Gazo, ya ex campeón, en el Luna Park. El público le dio el impulso y, al fin, ganó por nocaut técnico en el noveno. Y se retiró tranquilo con un excelente récord de 73 triunfos, 8 derrotas y 12 empates.
Una amistad que lo ayudó a ser campeón
Julio Cortázar, famoso y reconocido escritor por sus novelas
conocidas mundialmente aceptó ir al Luna Park el sábado 7 de Abril de 1973 y
escribir una columna sobre la pelea entre Miguel Ángel Castellini y Doc
Holliday que la revista El Grafico publicaría en su edición 2792 del 10 de
Abril de 1973.
Estas fueron sus palabras: "Como es lógico, el público fue a ver ganar a Castellini. Como también es lógico, Castellini ganó. La única cosa ausente en tanta lógica fue lo que justifica y da su auténtica belleza al deporte: la alegría. A la victoria del argentino le faltó todo, salvo la fuerza del punch, y ni siquiera éste pudo definir una situación que por lo menos dos veces se volvió crítica para Doc Holliday. Fue una victoria chata, sin nada que permitiera festejarla como se esperaba. Frente a Castellini hubo un hombre que en buena ley deportiva merecía los aplausos que tan sin ganas cosechó el vencedor. Pero Doc Holliday fue además otra cosa: el símbolo amenazante del futuro. Si Castellini no aprende todo lo que le falta aprender, de nada le valdrán las interminables instrucciones que le gritaba Ringo Bonavena. En la actualidad no faltan los Doc Holliday a la espera de su hora y algunos, además de la alegre y clara técnica del yanqui, tienen punch. Cualquiera de ellos puede malograr la carrera de Castellini si éste no se decide a convertir la potencia física en ese mecanismo más complejo y eficaz que define a los grandes boxeadores, y que da a sus victorias el esplendor que tanto faltó anoche.". Sin lugar a dudas, Miguel Ángel Castellini, un personaje singular.